Mis padres y mi hermana dejaron a mi hija de seis años sola en un barco en movimiento. «No tenemos tiempo para esperar», dijo mi hermana con indiferencia. No grité. No lloré. En cambio, hice otra cosa. Al día siguiente, sus vidas empezaron a desmoronarse…

Mis padres y mi hermana dejaron a mi hija de seis años sola en un barco en movimiento. «No tenemos tiempo para esperar», dijo mi hermana con indiferencia. No grité. No lloré. En cambio, hice otra cosa. Al día siguiente, sus vidas empezaron a desmoronarse…

Mis padres, Carmen y Luis, siempre dijeron que la familia era lo primero. Mi hermana Marta repetía esa frase como un mantra, aunque casi nunca la cumplía. El día que dejaron sola a mi hija Sofía, de seis años, en un barco turístico que ya se estaba alejando del muelle, entendí que esas palabras estaban vacías. Habíamos ido a pasar el día al río, algo sencillo. Yo bajé unos minutos a comprar agua y helados. Cuando regresé, el barco ya se movía lentamente, y Sofía estaba de pie, sola, agarrada a la barandilla, buscando mi cara entre la gente.

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