Se detuvo al ver a la mujer sin hogar desplomarse en la acera. Pero lo que dejó paralizado al multimillonario no fue ella, sino las gemelas que lloraban a su lado. Los ojos, la nariz, los hoyuelos… se parecían inquietantemente a los suyos. Se acercó y susurró: “¿Quién… eres?”. Un niño pequeño lo miró entre lágrimas y preguntó: “¿Señor… es usted nuestro papá?”. Se le encogió el corazón, y a partir de ese momento, su vida cambió de una manera que nunca imaginó.

Se detuvo al ver a la mujer sin hogar desplomarse en la acera. Pero lo que dejó paralizado al multimillonario no fue ella, sino las gemelas que lloraban a su lado. Los ojos, la nariz, los hoyuelos… se parecían inquietantemente a los suyos. Se acercó y susurró: “¿Quién… eres?”. Un niño pequeño lo miró entre lágrimas y preguntó: “¿Señor… es usted nuestro papá?”. Se le encogió el corazón, y a partir de ese momento, su vida cambió de una manera que nunca imaginó.

Alejandro Montalvo, uno de los empresarios inmobiliarios más conocidos de Madrid, nunca caminaba sin escolta ni miraba a los lados. Aquella tarde lluviosa, sin embargo, había pedido que el chofer lo dejara a dos calles de su despacho. Necesitaba aire. Mientras avanzaba distraído, vio a una mujer sin hogar desplomarse lentamente sobre la acera, como si el cuerpo ya no le respondiera. Alejandro se detuvo por inercia, pero lo que realmente lo dejó clavado al suelo no fue ella.

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